El comienzo de las prédicas de Jesús fue realmente un éxito. El comenzó con gran entusiasmo y con muy sincera convicción. El pronto notó que los intelectuales y eruditos no les gustaba estar envueltos en una revolución que pudiera llegar a conflictos con los romanos. Si ese era el caso, ellos podrían apoyarlos a él (Jesús) desde el extranjero, pero ellos no estaban listos para ser arratrados a una aventura por un joven e inexperta persona. Así Jesús fue en busca de discípulos entre los jóvenes y sencillos, pero quienes estaban llenos de entusiasmo. Ellos no tenían nada que perder, solamente ganar, si las cosas iban bien. El mensaje de Jesús era simple e inmediato. El podía convencer fácilmente y halar a las personas hacia un nuevo futuro lleno de esperanza. Una nueva briza espiritual y fresca estaba soplando en la region de Galilea. El poder de las religiones establecidas no le ponían atencion a él. Ellas estaban acostumbradas a fuegos jóvenes que serían puestos a un lado con las primeras lluvias, pero Mi Hijo tenía un carisma especial.
El podía transmitir Mi mensaje a las personas con autoridad, con Mi autoridad. En poco tiempo el llegó a ser bien conocido. El hizo milagros como medios para convencer a sus seguidores de que su mensaje provenía del Cielo. Esta era la tradición iniciada por Moisés y seguida por la mayoría de Mis profetas.
Un día el multiplicó los panes y los pescados para algunas miles de personas. Como resultado ellas trataron de hacerlo a él rey. Ellas habían, finalmente encontrado a alguien quien pudiera alimentarlos a ellos, sin siquiera ellos trabajar. Jesús estaba traumatizado. En su corazón puro él no podía creer en tan semejante motivación egoísta. El no quería ser rey. Su padre Dios era el Rey de un nuevo Reino. El rechazó y huyó de ahí. El llegó a ser víctima de su propio éxito. Entonces todos lo dejaron a él. Solamente los 12 discípulos guiados por Pedro permanecieron leales. Jesús tomó tiempo para reflexionar. El fue solo por 40 días en el desierto, ayunando y orando.